jueves, 8 de octubre de 2009

Todavía es Bueno Vivir

¿Por qué gritar, si podemos hablar?

¿Por qué derrumbar la ventana, si la puerta esta abierta?

¿Por qué odiar, si podemos amar?

¿Por qué acabar con la vida, si todavía es bueno vivir?

miércoles, 1 de julio de 2009

Mariana y El Dragón

Bajé de mi auto completamente ensangrentado y antes de sentarme en el asfalto, pensé que había desperdiciado la mitad de mi vida amando a Mariana.

Solo entonces pude llorar escandalosamente.

La radio aún sonaba, lúgubre, desde los restos del carro: "Wise men say: only fools rush in..."
Elvis verdugo.
Me habría roto dos costillas al menos, la cabeza me punzaba a causa de la infame cruda y diminutos fragmentos de cristal se habían encajado en mi rostro, provocando un insoportable escozor. Ningún cristal me había hecho mas daño que Mariana. Me consoló el hecho de no quedar paralítico. Pero me contraje sobre mi vientre en un apunzada. Vomité algunas flemas sanguinolentas, pero no el recuerdo de Mariana. El timón me había roto las tripas. Mi carro era una mierda motorizada, una orgía de fierros retorcidos que fornicaban groseramente en medio de fugas de aceite, liquido de frenos y anti congelante. Varios cables entonaban una rabiosa melodía compuesta de chispas y cortos circuitos. El  frente del carro había atrapado medio cuerpo del dragón. Abrazo Letal. Imagine que la bestia verde estaría muerta después de semejante impacto, al menos yo me había puesto el cinturón de seguridad. Al tiempo que me incorporaba nuevamente para verificar que alguna parte del motor pudiera salvarse -el seguro no pagaría semejante choque- me dió igual que el dragón aún respirara. Pero lo hacía. Sus fosas nasales se contraían a un ritmo desigual, llenando con sus vapores el ambiente de un olorfétido y picante.
La vida del monstruo palpitaba amenazante, igual que la imagen de Mariana en mi cabeza. Moví dos dedos, cosa que me hizo sentir que el alma se me resquebrajaba y separé los párpados de un ojo del dragón. Una pupila oval, amarilla, se clavó en todas y ninguna parte al mismo tiempo. Gruñó.
-¡Ese... ese fué!- gritó una voz, de las muchas que se habían encontrado alrededor del sitio donde yo había atropellado al dragón.

Me abandoné al dolor. Caí de bruces. Estuve a punto de fracturarme los huesos que aún estaban en una piza al dar de lleno contra el piso. Un policia se me acercó. Lo vi por encima de mi cabeza, a un costado del sol.
-Fué usted quién chocó contra el dragón?
-Le parece?- respondí lastimosamente. Antes de reírme caí en la disyuntiva de tragarme o no, de un bocado, el diente flojo que me acababa de zafar al caer. Suficientes desplantes de Mariana me había tragado ya. El guardian de la ley debió pensar que yo estaba delirando porque se dió la vuelta, compadecido. Pero sus palabras me tranquilizaron. 

-¡Pronto, parece que el animal esta vivo! ¡Retiren a los curiosos y traigan algo con que controlarlo en caso de que despierte! -gritó el oficial por el radio de su patrulla.

Take my hand, take my whole life too...

El dragón no era producto de mi delirium-tremens. No había confundido a un camión de materiales o a un punketo gigantesco con una bestia que yo creía mitológica. Había chocado con un dragón verde en el carril auxiliar del periferico. No había duda.
Me divirtió pensar que el alcohol que circulaba en mi sangre podría esterilizar mis heridas internas. ¡Todas menos las causadas por Mariana!
-¡Mami un Dragón! -gritó un niño.
Creí escuchar un helicóptero surcar el cielo. "A las tres de la mañana, ella podrá verme en el noticiero", pensé (murmuré). El dragón gruñó (respondió): "Olvidalo mano, yo voy a ser la noticia, no vos". No se en cual de los mas de cien idiomas que dominan los dragones me lo dijo, pero yo estaba tan crudo e instalado en el bajón de marihuana, que le entendí a la perfección. Alguien vestido de blanco se me puso enfrente. Con una lamparita me examinó los ojos, pero sólo una de mis pupilas fué herida por el diminuto haz de luz. Habia perdido un ojo en el impacto, y no lo había notado.

But I can't help...     (Elvis era la única medicina)

Fue entonces que los paramédicos retrocedieron, aterrados. Un dragón, esta vez de un color morado metálico, o como el cielo, cuando esta siendo poseído por el ocaso, descendió ágilmente en medio del periferico, cuyo tráfico se había paralizado de los dos lados. Tomo al verde por la cola y se lo hechó en la espalda.

-Fraktal, que estupideces andas haciendo. ¡Borracho! vergüenza te debería de dar, vi varios incendios cuando venía para aca, vomitaste varias veces, verdad?- le reclamó en español al dragón que había atropellado. Mientras el otro solo se quejaba en ningún idioma.
-No te preocupes, vas a estar bien. Te habras roto una costilla o dos, eso es todo. ¿No entendes que esa no es la forma de olvidarla? ¡Mariana ya no te quiere! tenes que hacerle huevos, tampoco es para que hagas tremendo vergueo!- le dijo su compañero antes de quitarle uno de los fierros de mi carro, que se le había alojado en la pata derecha. Los dos se perdieron en el cielo.

Me dió risa, pero no pude reirme. Pensé que de golpe, sin querer, me había salvado otra vez. Siempre que me emborrachaba y fumaba hierba, sentía incontrolables deseos de iniciar incendios. Esta noche varias quemazones traían mi firma. Y, ahora, gracias a que atropelle a un dragón ebrio que había bajado a vomitar a la tierra, cuando venía escapando a toda velocidad de la última de mis travesuras (culpa también, del despecho de Mariana), todo el mundo lo responsabilizaría a el de mis travesuras.

Comenzaron a subirme a la ambulancia.

Falling in lo/&%$##

Cuando creí que ya nada podía salir mal, el radio se descompuso.

martes, 26 de mayo de 2009

El Cíclope de La Roma

Las escaleras se antojaban infinitas. Las subía a toda velocidad pero al mismo tiempo intentaba no hacer ruido para no delatar su ubicación. Sabía que si lograba encerarse en su habitación, eso le brindaría unos instantes de seguridad. Unos instantes, nada mas. Llego al corredor que conducía a los cuartos, la luz de la luna se filtraba por el domo, iluminando la puerta de su cuarto. Sólo unos tres metros y la separaban de su habitación. Antes de dar un paso, prestó atención. El silencio la animó a continuar.
Ita contuvo la respiración. Llegaría hasta su habitación. En el momento en que alzó el pie, la sujetaron por el tobillo, haciéndola caer. Ita gritó y comenzó a lanzar patadas con la pierna que tenía libre. Uno de los golpes se impactó en una superficie blanda, que ella imaginó, sería la cara de su agresor. Un cuerpo rodó escaleras abajo.
Ita se arrastró hasta su cuarto, desesperada, invadida por el pánico. Cuando entró, se puso de pie y encendió la luz. Atrancó la puerta con una silla. Después, se acercó a la cama para sentarse y se examinó el tobillo. Lo tenía amoratado, pero respiró aliviada al descubrir que no había sangre.
Cojeando, se dirigió al mueble donde estaba el teléfono. No se escuchaba ese incesante todo de La que regularmente la molestaba, y que hoy, la hubiera aliviado. Maldijo a Salvador, estaría jugando cartas de lo mas tranquilo.
- Hay princesa... - le dijo al marcharse- son sólo inventos de los vecinos, no vas a creer esos...
-¡Cuentos, maldito! ¡Cueeeeentoos!- gritó Ita, enfurecida y asustada al mismo tiempo. Trató de contener el llanto y se puso a gimotear como una niña regañada.
La puerta del closet comenzó a agitarse, como si fuera golpeada desde el interior. Al fin, ésta cayó al suelo y encima, un hombre. Era un sujeto muy bajito, bastante gordo y con abundante bigote. Sus anteojos cayeron un poco mas adelante que él.
Ita se dirigió hacia la puerta y olvidándose del dolor en su tobillo, corrió hacia la entrada de la habitación. Intentó quitar la silla con que había atorado la puerta.
- ¡Quitáte de ahí, pendéja!- le ordenó el hombre, en cuatro patas, aún en la alfombra.
La hoja de un machete atravesó la puerta en el momento en que Ita se agachó, de no haberlo hecho, se habría clavado en su garganta.
- Rápido, vení para acá- le reclamó de nuevo el hombrecillo, al mismo tiempo que se apoyaba en sus rodillas para ponerse en pie.
El machete desapareció del otro lado de la puerta.
Ita se acercó lentamente al extraño personaje, que se inclinó para recoger sus lentes.
El machete comenzó a ser clavado con desesperación en la puerta, rajándola.
-¡Puta, hombre! ¡Andá a buscar otra mierda, imbécil! reclamó nuevamente el hombre. Luego examinó de pies a cabeza a la muchacha ya con sus lentes sobre la nariz.
-¿Quién es usted?- preguntó ella, secándose las lágrimas, perpleja.
El otro se adelantó, sacudió su diestra en el pantalón y se la ofreció:
- Pascual Mosqueda, Ita, para servirte.
Ela se quedó aun mas impresionada. El sujeto le apretaba la mano con una enorme sonrisa en el rostro.
-¿Me conoce...? 
El hombrecillo comenzó a caminar alrededor de ella, sin despegarle los ojos de las piernas. Incluso se levantó los lentes para enfocar mejor.
-¿Que si te conozco?...- y se echó a reír.
Ambos se sobresaltaron por el sonido de un motor que se encendía, la hoja de una sierra eléctrica empezó a destruir la ya débil puerta.
-¡puta, es rápido el cabrón! ¡pero ni mierda! ¡que se te chingue esa mierda!
El motor se apagó al instante, muerto La sierra desapareció por donde había entrado.
Ita no pudo evitar sentirse segura, Pascual estaba muy enojado, pero no daba muestras de pánico.
- Eso nos dará unos minutos, en lo que el hijo de puta encuentra algo mas con que seguir chingando- dijo Pascual
-¡Mierda, en la otra habitación, Salvador, mi esposo, guarda una escopeta! grito Ita, pálida.
Pascual Mosqueda sacó una cajetilla de cigarros de su bolsillo. Se puso uno en la boca:
- No te ahueves, no va a ir por ella- expresó, y después encendió el cigarro.
-¿Cómo lo sabe?
- Porque no te va a matar de un tiro, sería sencillo y no te haría sufrir, A él le gusta cortar carne, disfruta el sonido de los miembros cuando se parten - Pascual hablaba con una frialdad que hacía pensar a Ita que él también disfrutaba la idea- además, primero querrá violarte salvajemente. La muchacha sintió que se desmayaba. El hombre la sujetó por los hombros:
-No me vengas con mamadas, Ita.- le dijo apretando el cigarro entre los dientes, y la ayudó a sentarse en la cama.
Pascual se plantó frente a ella. Formó un cuadrado con los pulgares e índices y la miró a través de el, con un solo ojo.
Ella le preguntó:
-¿Cómo entró a mi casa?
-Ya lo tengo, paráte a un lado de la puerta - le ordenó sin hacer caso de su pregunta.
Ella se resistió:
-No me moveré de aquí hasta que me explique que chingados esta sucediendo.
Las mejillas de Pascual se encendieron de coraje.
-Mirá muchacha, no me provoques porque... porque...
-¿porque qué?
-Porque voy a usar esto con vos- la amenazó, blandiendo en el aire un práctico llavero-cortaúñas.
Ita retrocedió, temerosa. Comenzó a gimotear de nuevo.
Pascual respiró profundamente, y guardó su llavero:
-Está bien, te voy a explicar, pero si no me crees, es tu problema...- expiró una bocanada de humo y pregunto:
-Tu marido salió a jugar cartas con sus amigos y no te llevo, ¿Verdad?
Ella asintió, temblando.
-Vos estabas asustada por los asesinatos que ha habido en la colonia. Has leído todos los reportajes acerca de “El Cíclope de La Roma”... así le pusieron en la prensa a ese culero, ¿no? Bueno, bueno... el chiste es que mientras dormías, escuchaste un ruido en el jardín, Al asomarte por la ventana, viste a un hombre espiando entre los rosales. Prendiste la luz del patio para que se asustara, pero la que corrió presa del pánico fuiste vos al darte cuenta que el hombre se acercaba a la puerta lentamente.
-Era un tuerto.
Pascual se dio una palmada en la frente.
-¿Y vos crees que le pusieron Cíclope por tener los dos? ¡Mula!, si me volves a interrumpir no continúo.
Ita bajo la mirada.
-Bueno, todo esto es el guión de mi nueva película.
-¿Qué?
-Si, soy el guionista y directos de “El Cíclope de La Roma III”, última parte de la mejor saga de películas sangrientas independientes. Sólo que hubo un problema...
Ita no se atrevió a preguntar cual. Pascual respondió de todas formas.
-Me encontraba escribiendo en la computadora el final de la película, cuando me dio un infarto o no se que putas, pero me morí y no pude terminar el trabajo.
-Pero...
Pascual tiró el cigarro a la alfombra y lo aplastó con el pie.
-Si, ya sé. Parezco vivo... igual que vos.
-Pero, yo estoy viva.
El sujeto saco su billetera.
No exactamente, mirá- dijo, extendiéndole una fotografía en la cual Ita se reconoció.
-¡Soy yo!
-No, en realidad se trata de Felicia Yánez.
-¿Quién?
-Se llama María Guerra, pero Felicia es su nombre artístico. Será la actriz que te interprete en pantalla.
-Pero... no puede ser.
-¿Cómo no? si me dio el culo por el papel, Ja Ja Ja, rió Pascual.
Ita se puso en pie, encarando a Pascual.
-Está usted loco.
-¿Loco? ¡En el medio cinematográfico me consideran un genio!, un poco sangriento, pero un genio, al fin... ¿A quién mas se le ocurriría que Ita, la protagonista, sufriera migraña y tomara anticoagulantes todos los días para eso, y que su esposo, fuera un coleccionista de todo tipo de espadas, escopetas y armas? Todo está planeado, no te preocupes...
Poco a poco, el director se fue acercando a la puerta.
-Bien -dijo, poniendo una mano en el picaporte- ahora, cuando yo te abra, quiero que corras con todas tus fuerzas.
-Pero... -Ita se puso en pie, sin protestar demasiado.
-Estarás bien, sólo quiero terminar de escribir mi película para que mi espíritu pueda descansar en paz - esto último lo dijo con un dejo de falsa teatralidad.
-¿Quiere decir que estaré bien?
-Por supuesto. ¿Qué no te has dado cuenta, que como director, todo lo que digo es lo que sucede? El baboso del asesino está por encontrar otra arma, así que apresurate... Vamos, es más, te daré una prueba de mi buena voluntad: ¡Ya no te duele el tobillo!
Ita sonrió por primera vez en toda la noche. Cierto: su pie estaba como nuevo. Podía correr.
-¿Qué haré después?- preguntó, flexionando las piernas, como una atleta a punto de participar en las olimpiadas.
-Solo corré, Te vas a encontrar con Salvador, no te digo mas porque quemaría el final de la película, vos sabes, supersticiones.
Pascual abrió la puerta. La muchacha emprendió la carrera rumbo a las escaleras. Como la luz estaba apagada, tuvo que sujetarse del barandal para no caerse. Cinco segundos después, lanzó un aullido de dolor. Luego, se escuchó un disparo.
El director se acerco al pasillo y encendió la luz. Al pie de ellas se encontraba Ita, respirando con dificultad y junto a ella, el cuerpo del asesino, con el pecho sangrando. En la mano izquierda, e cuerpo del asesino sujetaba una escopeta. Ita también sangraba copiosamente por las plantas de los pies.
El piso estaba tapizado de rosas recién cortadas, con sus espinas largas apuntando para todos lados.
-¿Qué...?-gimió la muchacha.
Pascual le puso un dedo sobre la boca:
-No te esforcés.
Encuadró todo entre los dedos, satisfecho. Le quitó la máscara de tuerto al asesino, para que Ita pudiera verlo. Quiso gritar el nombre de su marido al reconocerlo, pero no fue capaz. Solo lloró.
Pascual habló muy despacio, mientras encendía otro cigarro:
-Salvador tenía por costumbre violar y matar mujeres en la colonia Roma. Todos los jueves, cuando salía a jugar cartas, en realidad cazaba. Un día, decidió que sus crímenes debían concluir, así que vos, serías la siguiente y la última. Pero quiso asesinarte de una forma romántica. Esparció rosas con grandes espinas por todo el piso, para que te desangraras lentamente. Después se suicidó ante vos, para demostrarte su amor.
Ita miró a los ojos al extraño, que comenzó a desvanecerse en el aire:
-Con ustedes dos muertos, “El Cíclope de La Roma III” será la última película de la saga.
Suspiró aliviado:
-“No podría descansar si un estúpido estudiante de cine intentara dirigir la cuarta”- dijo antes de desaparecer.

lunes, 20 de abril de 2009

Segundos

Desde hace dos años he estado ahorrando un promedio de un segundo por día en una caja que guardo en mi closet. La caja, hay que decirlo desde ya, aumenta su tamaño. Antes solía perder hasta tres segundos un día cualquiera y sin darme cuenta, tomado por sorpresa, con los ojos fijos en la ventana y la taza de café en la mano. Y, de pronto algo -un niño arrastrado por su madre hacia el colegio, una motocicleta tambaleándose con periódicos, un hombre que miraba histéricamente al suelo como si hubiera perdido las llaves del carro- había que me despertara. Entonces me daba cuenta de que mis dos o tres segundos se habían esfumado en el tiempo irrecuperable. Hasta que aprendí a atraparlos. El procedimiento, aunque sencillo, requiere dominar dos disciplinas, la distracción y la atención. Pongamos el caso más común, el de la taza de café petrificada en la mano débil por la modorra, todavía tatuada con las arrugas de las sábanas. Uno tiene la cara hinchada y siente que los ojos no son todavía herramientas de la mirada (la luz entra por las pupilas, pero el cerebro solo registra: mirá, luz!, pero no le da forma a nada) y se fijan en un terreno intermedio entre el cristal de la ventana y el aire que lo recubre. Es en ese instante que hay una suspensión, una especie de imbecilidad que los segundos aprovechan para huir. Entonces, uno, sin hacer gesto alguno ni evitar el bizco en los ojos, los sorprende con grito y ZAP!! Caen a la alfombra. Después, uno simplemente los recoge con el cuidado necesario, el índice y el pulgar, si es que uno ya ha readquirido la capacidad prensil perdida durante la modorra, y los almacena.


Decía que llevo dos años guardando un segundo al día. Los apilaba todas las mañanas, justo antes del primer cigarro. Abría la caja, metía la mano con el segundo, y la cerraba. Olvidé comentar que tanto la pizca del segundo, como su posterior depósito deben hacerse a ciegas: mirarlos significaría reintegrarlos al tiempo y perderlos para siempre. No se debe, siquiera, verlos caer tras el grito. Eso lo supe desde casi el principio: al guardar el segundo segundo, me detuve a echarle una ojeada al primero (que era en realidad el cuarto atrapado, pero el primero en ser localizado en la alfombra) y desapareció. Cometí entonces la impericia de voltear a ver si todavía tenía el segundo segundo entre los dedos y también se esfumó. Así que, al quinto día de tratar de ahorrar tiempo, estaba como al principio: con nada. Pasé varías noches insomne recapacitando sobre mi técnica. Y decidí que, durante el frito, debía guardarse la suspensión de la mirada como si fuera un asunto de vida o muerte y, después, hurgar la alfombra con los ojos cerrados y, de igual manera, caminar de regreso al cuarto, abrir la puerta del closet, tantalear en busca de la caja, abrirla y posar el segundo en el fondo. Excuso decirles la cantidad de moretones en las rodillas y golpes entre los dedos del pie, me ha reportado la técnica del ciego, pero no me arrepiento. Con cada nuevo día, digo, la caja aumenta de tamaño.


Hoy, tras dos años de esfuerzos, a una hora de la mañana cuya naturaleza no es habitualmente productiva, he logrado ahorrar casi doce minutos. La caja es doce veces más grande que al principio. Ustedes podrán argumentar que es muy poco para tantas angustias. No lo es. Yo fumo casi una cajetilla diaria desde los 16, y sin caer en alarmismos, supongamos que cada cigarro en el cenicero representa un segundo menos de vida. Eso quiere decir que he perdido día y medio! Si sigo acopiando con el ritmo que me he autoimpuesto, pienso que en 10 años más, habré recuperado el día y medio perdido desde hace 5. Ustedes, suspicaces, dirán que, ya para entonces habré perdido otro día y medio a base de jalones hasta el filtro, y tendrán razón. Pero seguiré ahorrando. Es mejor ganar un día y medio que perder cinco días completos, estarán ustedes de acuerdo (asientan con sus cabecitas).


Pero imagínense el día que, presintiendo la muerte, vaya yo hasta el famoso closet por la caja del acopio. Entonces, la abriré y miraré, pausadamente (con la lentitud que solo permite un segundo) mi tiempo ahorrado. Sumará un día y medio extra. Podré dotar a cada uno de ellos de una particular caracterización en su cacería, cierta diferencia inexpugnable en su textura en la alfombra, de cierta resistencia imperceptible entre los dedos, de un sonido inaudible al caer al fondo de la caja. Y tendré un día y medio. Pero ustedes, crueles como son, argumentaran que yo habré muerto día y medio antes de ese momento. Y tendrán razón. Pero los doce segundos han desaparecido: al describirles mis segundos los he reintegrado al tiempo ahora mismo, mientras escribía esto. La caja en expansión constante habrá desaparecido. Había estrellas, planetas, vidas ahí dentro? Si, eso es lo que supongo. Acaso adoraban ahí adentro a un dios del tiempo que les creó, alguna vez, de la nada, del principio de una enésima de segundo. Quizás dentro de la caja sin mirar existían estos pequeños seres que diariamente hacían rituales para detener el tiempo, circularlo, tenderlo sobre una línea recta hacia una meta o, simplemente, fumaban en silencio, garabateando cálculos, pensando en su propio inicio y en un posible final. Ahora, mientras los escribía, ha desparecido. Y ustedes, inocentes como son, los han consumido conmigo sin darse cuenta, tomados por sorpresa, perdiendo un tiempo que, en quince años, encontraran irrecuperable.

Cuidados Intensivos

Acomodo la almohada, meto el hombro debajo de ella, me cercioro de que las puntas de mis pies no queden oprimidas por la tensión de la sábana, hago unas pruebas (de izquierda, boca arriba, con una pierna doblada, con el brazo fuera, con la nariz hacia la derecha) cierro los ojos y, en ese instante, comienza a dudar de haber cerrado la puerta de la casa. Tras los párpados surgen imágenes de encapuchados irrumpiendo a la sala (escucharon que no eché llave porque, claro, me han estado vigilando), salgo en calzones a enfrentarlos con un martillo enclenque y me disparan. ¿Cómo se sentirá una bala entrando al corazón? Así que salgo de debajo de las sábanas y voy hacia la puerta. Como siempre, está perfectamente cerrada, las tres puertas, las seis chapas y hasta una cadena. Veo por la ventana la parte trasera del carro de los vecinos de enfrente, malditos, métanlo en el garaje. Se oyen los grillos.

Vuelvo a la cama. Se ha enfriado. No encuentro acomodo rápido. La colcha de arriba me hace cosquillas en una oreja. Me rasco desesperado. Tengo una flema. La combato y nada mas cerrar los ojos viene a mi mente la idea de llamas en el estudio. No apagué bien el último cigarrillo y éste ha prendido los alteros de papeles que se acumulan sobre el escritorio como dunas entre los libros. Se incendia todo y yo, dormido, muero asfixiado por el dióxido de carbono en los pulmones. FUMADOR DESCUIDADO MUERE MIENTRAS DORMÍA, dirá el titular de Nuestro Diario. Así que logro dejar el sitio caliente y voy al estudio. Está oscuro, como siempre. Palpo los cigarros con los dedos. Están apagados. Huelo mis dedos cenizos. Paso al baño a lavarme las manos y, producto de mi educación conductista, hecho una meada.

Vuelvo a la cama. Doy vueltas. Tantas, que el calzoncillo se me tuerce: tengo el botón de enfrente en las costillas. Lo arreglo, me lo quito. Pierna doblada y lado derecho. Quizás me duermo unos segundos. Algo me despierta. Es la idea de que no he revisado las cerraduras de la puerta ni los cigarros del estudio, sino que he soñado que lo hice. Hay delincuentes en la sala mientras es incendian mis libros. Me levanto angustiado. Camino por la casa en tinieblas y, tras revisar las puertas y los ceniceros, me pellizco. Es real. Estoy parado frente a la taza del baño con las manos mojadas. Voy de regreso al cuarto. Mientras busco las sábanas a ciegas surge un nuevo presagio: Estallan los contactos de la luz. Se trata de una variación en el voltaje y sale humo de los enchufes. Los siguientes minutos observo el comportamiento de los enchufes. La vida de estos agujeros es aburrida. Bostezo y vuelvo a la cama.

La llave del lavamanos esta goteando, allá en el baño, a diez kilómetros de mi almohada. No puedo dejarlo así. Me levanto y la cierro. Regreso con los pies helados de caminar sin chancletas. Tengo ganas de orinar de nuevo. No puede ser. Debo aguantarme hasta mañana. Mañana voy, lo juro. DORMIDO LE EXPLOTAN LOS RIÑONES, va a decir en Nuestro Diario. Resulta una cantidad ridicula. Vuelvo. Las cobijas están hechas un zarzal. Desde dentro trato de arreglarlas y termino como embalsamado, en un sarcófago. Tardo un rato más en liberarme. Meto el hombro debajo de la almohada. Sale un suspiro de mi garganta. Dormiré como un leño.

 De la mesa de noche emerge un ruido. No quiero abrir los ojos: debe ser una de esas enormes cucarachas de Madagascar. Debe estar agazapada entre los libros de la mesa de noche. Quizás hasta haya comido un poco de Kafka. Pero espera a que me duerma para meterse por mi ojera y habilitar una vivienda de interés social. O acaso avance y me coma el cerebro durante la noche mientras mi cuerpo sufre de espasmos. Me levantaré con el cerebro masticado, sin poder controlar el movimiento de mi cabeza, los ojos idos, con la lengua colgando y sin saber mi nombre. Enciendo la lámpara. El ruido provino de de un plastiquito de la última cajetilla de cigarros que escogió la noche para desenrollarse espontáneamente. Levando un libro, de Kafka. No parece albergar ninguna cucaracha de gran tamaño, salvo, por supuesto, la foto del autor. Apago la luz. Me revuelvo un poco en la cama. ¿Y si en éste momento esta entrando un ratón negro por debajo de la puerta? Y me quedo dormido.

 Al abrir los ojos me topo con una mujer rechoncha:

 -¿Cómo se siente?- me está diciendo.

No puedo responder. Tengo un tubo en la boca. La miro. Está haciendo algo en la botella que cuelga de un perchero cuya sonda va a dar directamente a la vena de mi brazo. –Ahora vuelvo- dice, agitando el culo hecho bolas debajo de su uniforme blanco.

 ¿Qué fue?, me pregunto. ¿El disparo, el incendio, la cucaracha, los riñones? Y me vuelvo a quedar dormido…

Carnicero

"Yo no he matado a nadie.

No he ordenado que maten a nadie.

Esas criaturas que van por ustedes

con sus cuchillos, son sus hijos.

Yo no les enseñé. Ustedes lo hicieron."

 

Charles Manson

 

-Viste cerote! así es como se hace! Le gritaban Juan el cojo y Manuel a Lucas mientras contemplaban la sangre que escurría de un gato partido a la mitad. -Mi huevo, este cerote no lo va a hacer- le decía Juan a Manuel, reproduciendo, machete en mano, el tajo que había dado al gato momentos antes.

 

Después de mucha teoría, Lucas trataba de dar sus primeros pasos como matón; el cojo y Manuel eran sus maestros –quiero ser como ustedes, así de cabrón para cortar carne- les dijo un día al par de carniceros que tenían tan buena fama para menear el cuchillo.

 

-solo es cosa de acostumbrarse a los berridos que pegan los malditos, hasta que llega el día que ya no te molestan para nada –decía el cojo mientras miraba la punta del machete. –si cerote, así de simple, y no es porque seamos mulas, para pisarlos de un solo talegazo, si hasta las vacas mas grandes te las hechas así. Solo es cosa de saber donde darles, simplemente es que te acostumbres a verlos sufrir… a que te miren –interrumpió Manuel- con sus estúpidos ojos de compasión los muy mierdas.

 

Lucas los miraba con una mezcla de asco y fascinación, no perdía ni una sola de sus palabras, ni uno solo de sus movimientos. -Tenés que pones más atención en lo que hacer pizado –decía en voz baja el cojo- si cerote-interrumpió como siempre Manuel – si la cagaste, dejaste ir al chucho y los gatos que teníamos para cuando la carne subiera.

 

-te tiene que dejar de temblar la mano. Dijo el cojo.

-tenés que agarrar bien el machete. Siguió Manuel.

Mientras decían esto, el pastor alemán que se les había dado a la fuga, regresaba, atraído por el olor de la sangre, al terreno baldío, donde tres siluetas humanas, una con machete, se movían en la oscuridad.

 

-Puta! Mirá! Gritó Manuel al ver al perro.

-va cerote, ahí esta tu segunda oportunidad, no la desperdicies Lucas, tomá, agarra el machete, y no lo olvides, que no te tiemble la mano, agarrá bien el machete.

-Ven perrito, perrito- murmuraban los carniceros mientras caminaban con paso lento hacia el perro que comía las tripas regadas del gato partido por la mitad…

 


Después de carnear al perro y embolsarlo, Manuel propuso un brindis, y sacó un tambito de cusha de su morral. –Esta va por Lucas! Dijo antes de dar un profundo trago a la bebida. –A pesar de todo aprendes rápido cerote, no pegó ni un chillido, nomás levantaste la mano y ZAZ!, se acabo- decía el cojo a la par que arrebataba el tambito de manos de Manuel – ahora solo practica un poco mas y te vas a volver un maestro, tan cabrón como nosotros, jajajaja. Reían los carniceros, pero Lucas ya no los escuchaba; se dedicaba a observar fijamente el filo del machete, todavía cubierto de sangre, el líquido espeso resbalaba hasta empapar su mano. Creía haber tenido buenos maestros, ahora sólo la práctica lo haría mejor, pero. Cuando comenzar?, y porque no ahora?, se dijo mientras observaba con asco al dúo, que cada vez se iba sumiendo más en la embriaguez, así que miró el machete y agarró con fuerza, sin que le temblara la mano.

 

-Puta! Que hiciste cerote!! Ala verga!- gritaba el cojo, casi enloquecido, cuando miró la cabeza de Manuel separada de su cuerpo.

 

-Creo que ya aprendí, Viste? Ni un solo bramido. Pero ahora quiero ver si es cierto lo que me dijiste, que te termias acostumbrando a oírlos sufrir –decía Lucas acercándose al cojo- ya sabes, la práctica hace al maestro. Mirá, agarras el machete, así, y recordá, que no te tíemble la mano- decía Lucas con una sonrisa en la boca, mientras caminaba con paso lento hacía el cojo, que se resbalaba en su huída, con las tripas del gato partido a la mitad…

sábado, 31 de enero de 2009

Anoche

Anoche soñé que tenía a alguien,
más solo me engañé, para mi ya es tarde.

Anoche soné que tenía alas,
que viajaba sin prejuicios, que en mi no había nada.

Anoche soñé que ya nada importaba,
que mi vida era vacía, que mi vida era vana.

Anoche soñé un farol encendido,
el farol eras vos, no me dejes en olvido.

Anoche soñé que estabas conmigo,
que la vida se moría, que la soledad se había ido.

Anoche soñé con tu suave mirada,
y en tus ojos pude ver un calida alborada.

Anoche soñé que hasta te besaba,
y algo en mi se movía, de felicidad rebalsaba.

Anoché soñé que me despertaba,
y que al despertar, el sueño continuaba.

Pero entonces sucedió,
al final; me desperté,
entonces vi la realidad
y sin casi sin aliento... lloré.