Vuelvo a la cama. Se ha enfriado. No encuentro acomodo rápido. La colcha de arriba me hace cosquillas en una oreja. Me rasco desesperado. Tengo una flema. La combato y nada mas cerrar los ojos viene a mi mente la idea de llamas en el estudio. No apagué bien el último cigarrillo y éste ha prendido los alteros de papeles que se acumulan sobre el escritorio como dunas entre los libros. Se incendia todo y yo, dormido, muero asfixiado por el dióxido de carbono en los pulmones. FUMADOR DESCUIDADO MUERE MIENTRAS DORMÍA, dirá el titular de Nuestro Diario. Así que logro dejar el sitio caliente y voy al estudio. Está oscuro, como siempre. Palpo los cigarros con los dedos. Están apagados. Huelo mis dedos cenizos. Paso al baño a lavarme las manos y, producto de mi educación conductista, hecho una meada.
Vuelvo a la cama. Doy vueltas. Tantas, que el calzoncillo se me tuerce: tengo el botón de enfrente en las costillas. Lo arreglo, me lo quito. Pierna doblada y lado derecho. Quizás me duermo unos segundos. Algo me despierta. Es la idea de que no he revisado las cerraduras de la puerta ni los cigarros del estudio, sino que he soñado que lo hice. Hay delincuentes en la sala mientras es incendian mis libros. Me levanto angustiado. Camino por la casa en tinieblas y, tras revisar las puertas y los ceniceros, me pellizco. Es real. Estoy parado frente a la taza del baño con las manos mojadas. Voy de regreso al cuarto. Mientras busco las sábanas a ciegas surge un nuevo presagio: Estallan los contactos de la luz. Se trata de una variación en el voltaje y sale humo de los enchufes. Los siguientes minutos observo el comportamiento de los enchufes. La vida de estos agujeros es aburrida. Bostezo y vuelvo a la cama.
La llave del lavamanos esta goteando, allá en el baño, a diez kilómetros de mi almohada. No puedo dejarlo así. Me levanto y la cierro. Regreso con los pies helados de caminar sin chancletas. Tengo ganas de orinar de nuevo. No puede ser. Debo aguantarme hasta mañana. Mañana voy, lo juro. DORMIDO LE EXPLOTAN LOS RIÑONES, va a decir en Nuestro Diario. Resulta una cantidad ridicula. Vuelvo. Las cobijas están hechas un zarzal. Desde dentro trato de arreglarlas y termino como embalsamado, en un sarcófago. Tardo un rato más en liberarme. Meto el hombro debajo de la almohada. Sale un suspiro de mi garganta. Dormiré como un leño.
No puedo responder. Tengo un tubo en la boca. La miro. Está haciendo algo en la botella que cuelga de un perchero cuya sonda va a dar directamente a la vena de mi brazo. –Ahora vuelvo- dice, agitando el culo hecho bolas debajo de su uniforme blanco.
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