lunes, 20 de abril de 2009

Cuidados Intensivos

Acomodo la almohada, meto el hombro debajo de ella, me cercioro de que las puntas de mis pies no queden oprimidas por la tensión de la sábana, hago unas pruebas (de izquierda, boca arriba, con una pierna doblada, con el brazo fuera, con la nariz hacia la derecha) cierro los ojos y, en ese instante, comienza a dudar de haber cerrado la puerta de la casa. Tras los párpados surgen imágenes de encapuchados irrumpiendo a la sala (escucharon que no eché llave porque, claro, me han estado vigilando), salgo en calzones a enfrentarlos con un martillo enclenque y me disparan. ¿Cómo se sentirá una bala entrando al corazón? Así que salgo de debajo de las sábanas y voy hacia la puerta. Como siempre, está perfectamente cerrada, las tres puertas, las seis chapas y hasta una cadena. Veo por la ventana la parte trasera del carro de los vecinos de enfrente, malditos, métanlo en el garaje. Se oyen los grillos.

Vuelvo a la cama. Se ha enfriado. No encuentro acomodo rápido. La colcha de arriba me hace cosquillas en una oreja. Me rasco desesperado. Tengo una flema. La combato y nada mas cerrar los ojos viene a mi mente la idea de llamas en el estudio. No apagué bien el último cigarrillo y éste ha prendido los alteros de papeles que se acumulan sobre el escritorio como dunas entre los libros. Se incendia todo y yo, dormido, muero asfixiado por el dióxido de carbono en los pulmones. FUMADOR DESCUIDADO MUERE MIENTRAS DORMÍA, dirá el titular de Nuestro Diario. Así que logro dejar el sitio caliente y voy al estudio. Está oscuro, como siempre. Palpo los cigarros con los dedos. Están apagados. Huelo mis dedos cenizos. Paso al baño a lavarme las manos y, producto de mi educación conductista, hecho una meada.

Vuelvo a la cama. Doy vueltas. Tantas, que el calzoncillo se me tuerce: tengo el botón de enfrente en las costillas. Lo arreglo, me lo quito. Pierna doblada y lado derecho. Quizás me duermo unos segundos. Algo me despierta. Es la idea de que no he revisado las cerraduras de la puerta ni los cigarros del estudio, sino que he soñado que lo hice. Hay delincuentes en la sala mientras es incendian mis libros. Me levanto angustiado. Camino por la casa en tinieblas y, tras revisar las puertas y los ceniceros, me pellizco. Es real. Estoy parado frente a la taza del baño con las manos mojadas. Voy de regreso al cuarto. Mientras busco las sábanas a ciegas surge un nuevo presagio: Estallan los contactos de la luz. Se trata de una variación en el voltaje y sale humo de los enchufes. Los siguientes minutos observo el comportamiento de los enchufes. La vida de estos agujeros es aburrida. Bostezo y vuelvo a la cama.

La llave del lavamanos esta goteando, allá en el baño, a diez kilómetros de mi almohada. No puedo dejarlo así. Me levanto y la cierro. Regreso con los pies helados de caminar sin chancletas. Tengo ganas de orinar de nuevo. No puede ser. Debo aguantarme hasta mañana. Mañana voy, lo juro. DORMIDO LE EXPLOTAN LOS RIÑONES, va a decir en Nuestro Diario. Resulta una cantidad ridicula. Vuelvo. Las cobijas están hechas un zarzal. Desde dentro trato de arreglarlas y termino como embalsamado, en un sarcófago. Tardo un rato más en liberarme. Meto el hombro debajo de la almohada. Sale un suspiro de mi garganta. Dormiré como un leño.

 De la mesa de noche emerge un ruido. No quiero abrir los ojos: debe ser una de esas enormes cucarachas de Madagascar. Debe estar agazapada entre los libros de la mesa de noche. Quizás hasta haya comido un poco de Kafka. Pero espera a que me duerma para meterse por mi ojera y habilitar una vivienda de interés social. O acaso avance y me coma el cerebro durante la noche mientras mi cuerpo sufre de espasmos. Me levantaré con el cerebro masticado, sin poder controlar el movimiento de mi cabeza, los ojos idos, con la lengua colgando y sin saber mi nombre. Enciendo la lámpara. El ruido provino de de un plastiquito de la última cajetilla de cigarros que escogió la noche para desenrollarse espontáneamente. Levando un libro, de Kafka. No parece albergar ninguna cucaracha de gran tamaño, salvo, por supuesto, la foto del autor. Apago la luz. Me revuelvo un poco en la cama. ¿Y si en éste momento esta entrando un ratón negro por debajo de la puerta? Y me quedo dormido.

 Al abrir los ojos me topo con una mujer rechoncha:

 -¿Cómo se siente?- me está diciendo.

No puedo responder. Tengo un tubo en la boca. La miro. Está haciendo algo en la botella que cuelga de un perchero cuya sonda va a dar directamente a la vena de mi brazo. –Ahora vuelvo- dice, agitando el culo hecho bolas debajo de su uniforme blanco.

 ¿Qué fue?, me pregunto. ¿El disparo, el incendio, la cucaracha, los riñones? Y me vuelvo a quedar dormido…

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