lunes, 21 de febrero de 2011

Morbonia

Abedules blancos en el cielo y lluvia en la sangre... Cantos órficos y una doncella huyendo de la nada. Los magos cautivos en la luna silbando una canción de plata y hielo, y la respiración se congelaba al esucharla, la vida se apartaba. Lo que sufro desea vida, desea existir en ti, en el abismo de tus ojos negros.

Despertó crudo entre los helechos, aún embotado entre aquellas sábanas verdes, ásperas. Un par de eructos largos. Tres cortos. Los surcos en el follaje de los árboles habían creado rayas en sus ojos. El sol era un pedernal que chasqueaba alfileres de luz para traspasar su mirada. Y abajo, plantas. Olores a vegetación podrida, a flora fresca. Aromas y miasmas mezclados. Una botella vacía entre los helechos. Cadáver tan exquisito como el peor de los cadáveres.
Pisar la hierba de los bosques sagrados con sus pies de humano. De hombre a punto de caer por el dolor de cabeza, por la crisis existencial y la intoxicación de vino negro. Vino de las profundidades, líquido destilado por los nibelungos. Un elixir que mata, que es tan absurdo como el dolor, porque existe. Y como el amor, porque destruye.

-Que chingados haces aquí?-, gritó con sorpresa y enojo la ninfa madre al verlo. -Estas profanando El Claro del Mundo!

El no contestó. Ella amenazaba con sus brazos largos como la sal, sudorosos como el oceano. Y repitió su última exclamación, con mas énfasis, con mas movimiento de sus extremidades, con mayor sonido para hacer que el bosque sagrado sangrara de sonidos.
El no tenía nada que decir, quizás una explicación absurda: La vida y el amor nos ha fallado a los dos, ninfa madre.

La vista se tornó confusa. Un viento opaco dentro de los ojos. Aire pesado sustituyendo al cerebro. Mente en gris, jamás en blanco. Volvió a caer y sintió, como un último vestigio de mala conciencia, las sábanas del lecho de Sophia, el borde de la cama, el breve y exorbitante despeñadero que lo llevó a la alfombra, a los restos de un festín: envolturas, latas vacías, carne, botellas de cerveza negra. Pedazos de madera, y cuerdas de naylon y acero. Los restos también de su guitarra, de la extensión de su alma.

Ya no sintió cómo movían su cuerpo hacia otro sitio, hacia otra dimensión, talves. O simplemente hacia el baúl de algún carro, para llevarlo al Desierto de los Leones, a su arcano, al bosque olvidado, y tirar su cuerpo ahí, dejarlo para simpre entre el pasto seco y los pinos y cipreses. Para siempre, hasta que su mente volviera a encontrarlo.

Aquí hay un secreto mas extenso que todo lo que pueda decir el silencio, pensó el unicornio al ver toda la tierra regresando al mar, y la hierba bajo sus rodillas, rodeando su pecho, apunto de atravesar la epidermis de us cara. Abrió los ojos. Las patasde un equino. Y el equino era un unicornio, y el unicornio era un centauro, y el centauro era un policia en bicicleta. Pero no pidió ayuda. La boca demasiado seca, pesada. Las ideas demasiado livianas, evaporandose.

Aquí abajo no se escucha cuando aúllan los lobos. Aquí abajo la piel es como un alma acariciada constantemente por las olas invisibles. Hay azul por todos lados. Una inmensidad tan profunda como la mirada de esos ojos, tus ojos. Es un abismo que brilla con su propia luz, es un despeñadero para el deseo que se pierde entre los arrecifes sumergidos, las estrellas oscuras, los animales submarinos de la tristeza. Aquí abajo todo es azul. Aqui no hay mas que una prisión infinita, y todo para no sentir, para negarse a sentir que lo movían de nuevo.Hacia adonde esta vez? Mas allá del recuerdo. Justo sobre la superficie del vacío. Y si, y recordarse a sí, y así. Por que ser mago? para qué tanta maldita ropa sobre las palabras? Oropeles manchados con el estertor del vino final, del último trago púrpura del deseo. -Soy un pendejo!- con voz ronca se recriminaba mil veces. Alcoholes oscuros, elíxires de las profundidaes. Y nada. Sólo la terrible resaca. El enfrentamiento con la ninfa madre. Perdido en el bosque como un cerdo salvaje que ha olvidado el camino a las madrigueras subterraneas. Y veía su cueva: -Soy un pendejo!

Porque ahí, en ese albergue tan extraño, tan hospitalario y singular, había ocurrido la catastrofe después de la catastrofe de su vida, una vez más. Llevado por el deseo, por la calentura, por ser un pobre estupido pito fácil y nalgapronta, ahi había llevado a una elfa, una vampira, un híbrido de luna y nubes de tormenta. Alta como el verano, hirsuta como el otoño, roja como la brisa del invierno y tierna como los pechos de la primavera.

-Estas tratando de pijearme?- le preguntaba, como en broma, mientras ella iba y venía, y se quedaba quieta un momento, ahí, observando los carteles que la infanta doña Urraca le regalara hace eones. Un camino lleno de senderos que se bifurcan. Una babel formada por los libros de todas las bibliotecas que encontraba, una mujer oculta en el espejo tras la esquina rosada de los sueños. Y el último: un unicornio con un poema de unicornios que él había escrito hacía solo veinte eones con el cuerno y la sangre de un unicornio que moria en sus brazos después de escapar de los cazadores, los hijos de puta enviados por el conde Barnatán, tan severamente enfermo de codicia que se había atrevido a transgredir los límites de Morbonia para continuar con la caza de ese unicornio único, y matarlo frente a el. Matarlo, matarme a mi con su muerte. Intentas matarme de espera, deseo, misterios insondables sobre la maravillosa aventura que no vivimos, no porque no pudimos, sino porque no quisiste?

-Son bonitos, y talves valiosos- había dicho la elfa, ingorandolo a el, señalando con el dedo lujurioso hacía las copas de oro, libros antiguos, cadenas y demás parafernalia, y esparciendo también un perfume de mil almizcles encrespados y sutiles que mas que emanar de ella, la rodeaban como un velo incoloro, como un vello translúcido de olores. -Lo bueno es que vives lejos de todo. No hay ladrones por aqui cercas. Y sonrió. Y el registro la palabra "cercas" en su mente, para luego analizar esa deformación. Porque la mirada morena de ella y sus dientes de hielo amarillo mandabanun mensaje de apetitos, egoísmos, intereses quizás, preconcebidos, fascinaciones y falacias de plata.

Prendió un cigarrillo y exhaló el humo gris con su aliento de mujer imposible. Luego lo apago, casi sin consumirlo, dentro de una copa de perfecto titanio plástico.
El solo la veía. No deseaba levantarse del asiento, pues, a pesar de la holgura de la túnica, la violenta y firme reacción de su cuerpo lo delataría. Es el olor, el calor, la belleza, el vino negro, sus dientes como garras de petalos de flor, se decía: -Y que esperas?
-Que espero que no te tengo?- respondió ella, y se deshizo de la blusa. Un brassier negro acariciaba, mas que apresar, sus senos. No eran redondos como mundos perfectos. Eran sólo y mas que carne que se transmuta en frutos de un universo desconocido, creaciones indecibles que pendían como racimos únicos de mas allá de la galaxia, y que pedían ser alimento para el deseo de alguien, por ejemplo, de él.
-No, que esperas de mi?- casi no pudo pronunciar la pregunta.
-Nada y todo.
-Tanto?
-Yes. oui, da, ja, si...
Y se acercó a el. Lo acarició, le dió mas vino. Ella no bebió, pero se veía como una encarnación de la diosa cuando el negro brassier voló como las alas de Psique para deajr fuera del mundo y sólo ante la vista de él los pechos mas desnudos de inocencia y mas ocultos en todos los enigmas de eros que él jamás hubiese percibido. Y ella, ninfa sin alas, derramó lentamente vino sobre sus senos, y él, semidios sin poderes pero a punto de tocar la inmortalidad por un microsegundo eterno, bebió la carne morena y consumió hasta la última gota del vino vedado.

Y se perdió. Peor que nunca y mejor que siempre, si no hubiese sido por el robo. Solo borrones de memoria, por supuesto. Nada mas que sensaciones que venían como recuerdos carnales, orgánicos, casi prosáicos en su anatómica precisión y extendidos en la inexactitud de una poética de lo obsceno. Todo salpicado de recuerdos. El saqueo de su guarida, su hogar, su refugio absoluto. La violación de su confianza básica. Y la memoria carnal de nuevo como la niebla de sensaciones.
-Por todos los malditos avernos!- rezongó, pero se dijo resignado: -Como dijo la ninfa madre hace mil años: "Creo que he hecho muchas putas, pero no tantas mujeres!"- y lloró por primera vez en un siglo diez veces tres mil siglos.

Apagó el cigarro y declaró, mas para un mundo sordo a sus palabras que para si: -No vulevo a coger con una pizada que en lugar de decir cerca diga cercas!- luego abrió otra botella de vino negro y bebió

Nunca debes huír de algo inmortal, atraeras su atención. Nunca huyas, camina despacio y finge que estás pensando en otra cosa, recuerda un poema, canta una canción. Atraviesa un recuerdo, -dijo el unicornio, y Sophia miró desde la profundidad púrpura de una distancia tan irreal como el oceano y las rocas de oro de la luna. Era acaso el recuerdo de una vieja leyenda lo que venía a su mente? Eran palabras nuevas? Magos y hechiceras cantando en su memoria ancestral? Ya debe estar cercas de aqui, se dijo, ya debe estar siguiendome en busca de un lápiz para que escriba su leyenda.

-Dios! Qué hago aquí? estoy en un extraño sitio, este agujero, esta gruta sin nombre, este aguacero de agujas ácidas, esta concavidad con vida! Quiero volver a soñar con hadas y unicornios y no me dejan escapar!
-Sueñan los androides con unicornios virtuales? sueñan las hadas con nubes púrpuras y verdes? sueñan con algo acaso los guerreros y los magos? - dijo Sophia, y soñó para olvidar...
-Y si las rocas de estos fiordos insondables hablaran, dirían tu nombre Sophia!- dijo el mago, pero ella no escucho, pues miraba hacía el inmenso cielo del mar, donde estaba lo nuevo, que había llamado su atención.
-Y si la carne es hierba y el pensamiento solo viento? y, si el espíritu es espíritu que se deshace en los dedos del tiempo? pensó Sophia, mientras huía de los orcos azules del recuerdo, para estar con esto nuevo.

Tan hondo el espíritu de la carne y tan despierto lo que el despertar llama dormido. No importa, así hablan las leyendas cuando mencionan los secretos inciertos de tu nombre. Y si las nubes cantaran, y si nos fuese posible tocar la piel secreta de las leyendas, Sophia, preciosa, dirían esta madrugada tu nombre...

Cierro los ojos y los despierto solo por la esperanza de mirar tus ojos. Pero sólo las olas de ese mar deshabitado lo veían sin escuchar su voz de cielo oculto, y ella sonrió tristemente...