miércoles, 24 de febrero de 2010

Gotas de Piel

Capitulo I. Desesperación.

Despertó temprano, con la ansiedad en el paladar y en las pesadillas. Parecía como si el aliento a metal fuera producto de la desesperación nocturna.

Abrió los ojos lentamente, arrullando la esperanza. Despacio se sentó en la cama, se estirlo y dirigió su mano derecha a su ombligo. Dudó en hacerlo. Su mano descendió del ombligo y palpó su vello; empalmó su vulva y con el dedo índice rozó sus labios mayores. Hurgó en su cavidad y no encontró el fluído que esperaba. Sólo sudor, únicamente sudor.

-Dios mío- dijo. el eco de los días anteriores vibró medroso, con fe en la boca de Laura. Nunca antes había recurrido tanto a Dios como en esos días.

Tres semanas de retraso y cuatro de haber tenido relaciones con su novio Raúl, era lo que despertaba a Laura con miedo.

Se incorporó, se metió al baño y en el espejo observó su vientre, sus párpados, su desnudez. el cristal la llevó a la melancolía, a la añoranza de rectificar el tiempo.

Laura recordó ese día, las disposiciones previas. Todo. Dos meses planeando para que a la hora de la hora no se pusiera condón: "No los compré- le dijó Raúl- pero no importa, con el ovulo es suficiente"

-"Maldita Sea"- farfulló Laura con los dientes rechinando por la presión. Se quitó la memoria y se metió a bañar. Con el agua apedreandole el cuerpo se sintió protegida, relajada. como si las gotas fueran la saliva de Dios que la estaba lamiendo, y que con cada lenguetazo la redimía de si misma, de su vientre.

Se mojó unos cuantos minutos y, sin enjabonarse, ni nada, terminó su baño y cerró la llave del agua. Abrió la cortina y el aire la avasalló, el Diablo le sopló en el cuerpo para que no se olvidara que Laura jamás podría correr de Laura.

Entro a su cuarto envuelta en una sábana azul. Buzco una falda de lona y una blusa blanca, sin adornos, como la que se pondría para un funeral, su funeral. Se vistió rápido, ausente de su imagen. No le preocupaba su apariencia. Recogió su cabello enmarañado con un gancho negro y bajo a desayunar.

En la mesa había un plato con el recalentado del almuerzo del día anterior, un vaso con jugo de naranja y otro con leche. Tomó el jugo de naranja y se dirigió a la salida. Buscó con la mirada a su madre; pero supo que no estaba, había salido una hora antes hacía su trabajo.

-¡Hay, Mamá!-exclamó Laura. No distinguió si el suspiro fue de amor, agradecimiento o una disculpa. Tomó su mochila, verificó si llevaba una toalla y se dirigió al colegio; el único refugio donde podía sentir miedo colectivo con Raúl. Y no esa soledad pegajosa: el catalizador de la locura.

El colegio se encontraba a menos de diez minutos de su casa, distancia perfecta para irse caminando. Llegó cinco minutos después de las siete. La puerta estaba abierta y despoblada. Los guardias revisaban los carnés a los pocos alumnos que aún entraban. Laura sacó su identificación y entró.

El profesor de Matemáticas llegó, como siempre, puntual a su clase. Al entrar al salón encontró a un solitario Raúl acodado sobre la banca. Solo, sin el maestro, y solo, aún con él.


Capitulo II. Esperanza.

-Buenos días Raúl- dijo el docente con una sonrisa insultante para Raúl y su maltrecha moral.
-Buenos días profe- contesto Raúl sin ganas y sin verlo.
-Hace frío ¿no?- inquirió el matemático para hacer plática.
-Si-contesto lacónicamente Raúl.

Ante lo parco de las respuestas, el profesor optó por no desgastar su sonrisa y guardó silencio hasta que llegarón los demás alumnos.

Cuando el profesor consideró suficiente el número de prosélitos para su clase, comenzó. Sin piedad inició el ataque de algebra que no culminaría hasta dentro de hora y media.

Raúl observó a los asistentes, sólo faltaban algunos lugares por ocuparse, entre ellos el de Laura.

Tenía cinco minutos de haber comenzado la catedra cuanto llegó Laura. El salón se encontraba en absoluto silencio. Abrió con cuidado de no hacer ruido y se sento frente a Raúl, quien observó detalladamente todos sus movimientos hasta que se topó con sus ojos.

-¿No?- masculló Raúl cuando la languidez de la mirada le dió la respuesta que se había repetido las últimas dos semanas.
-No, no bajó... ¿Qué vamos a hacer?
-Lo que te dije, abortalo
-Pero...
-Mirá pues...
-Raúl y Laura, ¿se pueden callar?-interrumpió el profesor
Los dos asintieron
-Al rato hablamos.

La palabra aborto era dura, pero a los dos les resultaba benéfica, práctica y definitiva. Laura no sintió miedo cuando imaginó el método de expulsión.

-Resuelvan estos ejercicios-ordenó el maestro, y salió-un punto extra al que los tenga cuando regrese-gritó ya desde fuera del salón. Por supuesto, un punto extra en matemáticas es gloria, asi que nadie se relajó ni se distrajo, y continuó el mutismo.

Era un silencio pesado, espeso, de concentración. La puerta cerrada contribuía aislando los ruidos exteriores.

Raúl había resuelto dos de los diez ejercicios y se disponía a dilucidar el tercero cuando un ruido pequeño e intermitente, como de una gotera, lo interrumpió. Raúl busco el techo del aula y no encontró nada. Volvió a su cuaderno. Pero cuando bajó la mirada, sus ojos se encontraron con el ruido: una gota roja descendía lentamente del pupitre de Laura al suelo. Raúl aguzó la mirada y miró otra gota seguir el derrotero de la anterior.

"¡Le esta bajando!", pensó Raúl, y sonrió victorioso.

Laura estaba tan absorta que no se percato de nada, hasta que Raúl le señalo el piso con la vista. Desconcertada observó la parte de la silla que sus piernas abiertas dejaban ver. Se encontró con un diminuto hilo de sangre que se desplomaba desde su entrepierna. Metió su mano bajo la falda y lo constató. Volteó a ver a Raúl y le mostró sus dedos manchados.
Rápidamente Laura hurgó en su mochila, extrajo la toalla y salió corriendo hacía el baño.


Capitulo III. Gotas de Piel.

Raúl tardó unos minutos en reaccionar. Cuando despertó corrió tras Laura. En el pasillo las huellas de sangre le mostraron el camino. Al fondo del edificio vió a Laura internarse en el baño.
El pasillo se encontraba desierto cuando Laura entró. No tuvo la paciencia suficiente para llegar a uno de los cubículos, asi que se limitó a cerrar la puerta. Con la mano limpia se levantó la falda, bajó el calzón y colocó la toalla.

Raúl tocó la puerta.

-Soy yo- Raúl entró y cerró la puerta con seguro. Encontró a Laura hincada- ¿Qué pasó?, ¿Qué Es?- preguntó y se arrodillo frente a Laura.
-Me está bajando... yo creo-respondió con un dejo de duda- mirá- le pidió a Raúl, y se alzó la falda.

El fluído había invadido la toalla que fungía como barrera. Era tan copioso el sangrado que el lienzo que Laura colocó, se había mimetizado con el color del líquido. El torrente se desbordó. A pesar del obstáculo, la gotera volvió. Regresó lenta, precisa. Fluída como si el corazón de Laura latiera en su sexo y cada sístole fuerá una gota y cada diástole un espacio.

Las gotas formaron un pequeño charco en el azulejo. Laura recogió un poco del líquido del suelo y lo olfateó. El olor no la convenció. Volvió a olerlo.

-¿Qué?
-No se. Esto no es menstruación...-meditó Laura y dijo con el deseo implícito-... ¿y si estoy abortando?
-¿ah? ¿será? pero, ¿por qué? ¿qué hiciste? ¿tomaste algo?
-No, nada...-una contracción interrumpió la respuesta.

Laura se llevó las manos al vientre y apretó. Producto de la presión, la gotera tomó fuerza y se transmutó en un flujo parejo, sin intermitencias.

-Si, estoy abortando -aseveró Laura con la voz cortada por el dolor-fijate-dijó, y volvió a contraer su vientre.
-Si, tiene que ser eso-dijó Raúl. "Que bien, hasta que se va a acabar la preocupación", pensó.
-Ayudame para acabar pronto- pidió Laura y dió el ejemplo. Raúl se acercó más y con las dos manos aplastó el vientre de Laura, El flujo se hizo más poderoso.
-Aghhh- gimió Laura por el dolor; pero a pesar de ello, continuó.

Con el último grito, el torso de Laura se desvaneció, se vino abajo como si no tuviera huesos que la sostuvieran.

-Levantate-ordenó Raúl cuando el rostro de Laura cayo en sus antebrazos.
-No puedo- contestó, angustiada.
Raúl dejó de presionar e intentó erguir a Laura. Pero cuando la sujetó por los hombros, sus manos se hundieron en la flácida carne que parecía esponja. Raúl apretó más fuerte y la piel se le escurrió de las manos.

Inclinada, Laura se percato que el fluído se había tornado blanco.

-¡Son mis huesos, Raúl, son mis huesos!- berreó Laura desesperada.

La única respuesta de Raúl fué abrazar a Laura para perderse con ella, con cada gota de su piel. La asió con fuerza, con esas ansias que da el miedo. Raúl quería ser el recipiente donde la líquidez de Laura pudiera contenerse.

Las contracciones petrificaron los ojos de Laura, los hicieron de mármol, de sal. Una lágrima taladró en las rocas hasta que las desmoronó y las hizo correr por los cuerpos, por la cara. Lloró sus ojos.

Cuando Raúl vió las cuencas desiertas de Laura, tomó su ojo derecho y lo exprimió en las órbitas vacías. Quiso compartirse con Laura, dividirse y hacerse uno.

-Dios mío...-musitó la boca de Laura mientras escurría por el suelo.
Raúl intentó alcanzar los labios de su novia. Se arrastró por el azulejo, se fundió y se escurrió con Laura por la coladera.

-Raúl...Laura...Dios...¿Qué es esto?- gritaron las almas antes de disiparse en el aire.

Nadie respondió.

Una hora mas tarde, la encargada de la limpieza pudo abrir el baño. Se encontró con la resaca de un charco multicolor. Tomó el trapeador, jaló el agua y la hechó por el desagüe.

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